Caminos del ayer, huellas del mañana

En el mes de octubre de 1838, el ingeniero belga Adolfo de Soignie Silez llega a Avilés (Asturias) con destino a La Real Compañía Asturiana de Minas en Arnao.

“Uno de mis profesores, M. Adolfo Lesoinne, industrial de primera nota en Lieja cuya familia tenía con España relaciones antiguas e intereses de monta, me dispensaba particular afecto, mirándome como a un hijo suyo o poco menos. Poco antes de ultimar el curso académico se brindó a llevarme consigo a Asturias a dirigir las minas que poseía su familia. Nada podía serme más grato, acepté pues la oferta previo asentimiento de mis padres. Mis abuelos maternos eran aragoneses, llegados a Bélgica en tiempos de Carlos I de España, y establecidos en Gante. Por circunstancias que ignoro ansiaba mi madre volver, (o que sus hijos lo hicieran) a la tierra de sus mayores, y nos la pintaba a cada paso con lágrimas en los ojos, como la patria de los hidalgos, cuna de todo engrandecimiento de las letras. ( … ) Obviando los deseos de mi tío Dupont, acepté como una dicha inesperada la proposición de M. Lesoinne”.

Muchos años y cuatro generaciones más tarde, la familia De Soignie está a punto de desaparecer de la villa asturiana. De su paso apenas quedan vestigios, que descubrimos en el transcurso de esta novela.

Caminos del ayer, huellas del mañana, está basada en una historia real. A través de los personajes y de sus trayectorias recorremos diferentes itinerarios a lo largo de dos siglos.


Texto extraído de: Archivo Histórico Minero (AHV)

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